Tuesday, January 23, 2007

El Rapto

Por: Pastor Efraim Valverde, Sr.

Habiéndose levantado Roma para contraatacar a sus enemigos, organizó la también hoy históricamente conocida Contrarreforma. Entre los líderes de la Iglesia Romana del año 1534, el sacerdote católico Ignacio de Loyola (1491-1556), fundó la “Compañía de Jesús” mejor conocida como “Orden de los Jesuitas”, la cual organizó, y hasta la fecha trabaja en defensa de los asuntos del Papado.
El voto solemne de los integrantes de la sociedad de los Jesuitas consiste en usar todas las armas y medios posibles a su alcance (desde lo más noble y sagrado, hasta lo más horrible y degradante) para defender el papado y a la Institución Católica. Entre estas armas fueron consideradas las intelectuales, torciendo las interpretaciones de tipo profético-doctrinal. Y así, en el año 1585 otro jesuita, Francisco Ribera (1537-1591), publicó en un tomo de 500 páginas el sistema de interpretación profética futurista identificada hoy como Futurismo. Publicó sus teorías argumentando que las interpretaciones de los reformadores, quienes señalaban al papado como “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, no eran correctas. Ribera insistió en que los reformadores estaban equivocados porque según él, el anticristo todavía no venía, sino que tenía que aparecer en escena en el futuro, en los últimos días de los cumplimientos proféticos. Esto en todo caso, es exactamente lo que enseña el Futurismo hasta el presente día.
Habiendo así comenzado a ofuscar y a desviar las mentes entre el Cristianismo Protestante, las teorías del Futurismo, sin embargo no encontraron al principio mucha aceptación entre la multitud de los nuevos adeptos del entonces creciente Protestantismo. Fue hasta el año 1826 cuando habiendo sido introducidas estas teorías en la Iglesia Anglicana de Inglaterra, por un ministro llamado S. R. Maitland, asistente del obispo de Canterbury, las interpretaciones del Futurismo empezaron a tener más aceptación entre el pueblo protestante y evangélico. Después de casi dos y medio siglos, éstos aceptaron las ideas torcidas del Futurismo habiendo para entonces y hasta hoy, olvidado casi por completo sus orígenes.

Teorías del Futurismo

Un incidente de tipo espiritual acontecido a mediados del siglo XIX, contribuyó particularmente, a favor de las teorías futuristas entre el Cristianismo Protestante y evangélico. Este incidente sucedió en cierta congregación del sur de Inglaterra donde había creyentes que aceptaban y practicaban las demostraciones del Espíritu, incluyendo el hablar en “lenguas angélicas”. Orando, una muchacha fue tomada por “el espíritu” y empezó a dar un mensaje que anticipaba:
“La Iglesia no tendrá que pasar por tribulación, sino que será recogida en un rapto misterioso, antes de la gran tribulación precedente a la Segunda Venida del Señor”.
Después de haber sido aceptado este mensaje como de origen divino por el pastor local, cundió su popularidad en la región hasta llegar a Londres. Allí encontró la aceptación de los dirigentes de la Iglesia Anglicana de Inglaterra, dando así el Futurismo otro paso para ser considerado más en serio por el mundo protestante y evangélico. A principios del siglo XX, tuvo su cumplimiento la profecía dada por el profeta Joel (2:23) referente a “ la lluvia tardía”. Entrando el siglo, empezó a ser derramado el Espíritu Santo en tal forma que en unos cuantos años alcanzó a llegar a todos los confines de la Tierra. A raíz de esta manifestación, tuvieron sus inicios los movimientos religiosos de tipo pentecostal, los cuales para este tiempo son instituciones reconocidas al igual que sus progenitores. Con las manifestaciones del Espíritu Santo, vinieron también los consecuentes “espíritus de error y doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1). En este ambiente fue más fácil para el engañador el seguir repitiendo el mensaje de un rapto misterioso y de otras enseñanzas torcidas. Cada una de estas “revelaciones” que aparecieron en sus respectivos tiempos dieron en resumen, una tremenda prosperidad al futurismo. Esta prosperidad no solamente ha prevalecido, mas aun ha aumentado en el transcurso del siglo XXI.
Durante el transcurso del siglo XXI, y hasta la fecha, las interpretaciones y teorías del futurismo han sido propagadas por todos los medios imaginados posibles, por las grandes y poderosas (y aun menos grandes) instituciones religiosas de todos tamaños y tintes doctrinales, y por todos los medios de comunicación existentes (letra, radio, televisión, etc...). Para este fin han servido muy eficazmente por cierto, las versiones o traducciones arregladas al respecto. Entre estas está en forma particular, la versión con notas del Dr. Scofield. De igual manera han contribuido al respecto, la multitud de libros que se han escrito sujetos a la mentalidad inicial del Jesuita Ribera. La verdad innegable es que para el tiempo presente, las interpretaciones futuristas se enseñan y se aceptan entre la gran mayoría del profesante cristianismo, como interpretaciones de origen netamente divino.
A cualquier cristiano le consta que el diablo nunca ha estado conforme con presentar una mentira sola y hasta ahí, sino que lo hace encadenando una mentira tras otra. A la mentira inicial del Futurismo (expresada por el Jesuita Ribera hace ya más de 400 años, cuando este dijo que el anticristo aun no ha venido), para el presente tiempo le han sido agregadas muchas más entre las cuales menciono las siguientes:
A la septuagésima (70) semana simbólica de la profecía de Daniel, la han convertido en una semana de 7 años literales. Para ser posible tal cosa se enseña que desde al año 70 de la era Cristiana, “el reloj del tiempo profético de Dios está parado”. Tal declaración obliga a negar los hechos portentosos y acontecimientos de carácter universal que son hoy historia y como tales, testimonios inmutables de grandes profecías ya cumplidas. Una de estas es la muerte de más de 70 millones de mártires (empezando con los mismos apóstoles) quienes en el transcurso del tiempo en que “el reloj de Dios está parado”, han sido llevados a la muerte por su amor y fe en Jesucristo, el Señor.
El Futurismo enseña que la Iglesia está llamada para no sufrir ninguna especie de tribulación y que en cambio, tiene promesa de Dios para vivir aquí una vida holgada y rodeada de toda clase de bendiciones materiales.
También enseña que “lo que impide” para que se manifieste el anticristo es el Espíritu Santo en la Iglesia. Que el Espíritu Santo, por su parte, “es quitado de en medio” con el acontecimiento de un “rapto misterioso”. (Por cierto que “el rapto” es, a su vez, el invento más importante y popular del Futurismo).
Hasta después de ese “rapto misterioso”, insisten los futuristas, empieza la apostasía en la Iglesia. El desvío y la degradación religiosa que ha prevalecido ya abiertamente por los últimos 16 siglos, no tiene nada que ver con los cumplimientos proféticos, según ellos.
El anticristo, que hasta después de “el rapto” aparece, es el que engaña a los judíos y edifica el nuevo Templo en Jerusalem.
Después de ello, ya convertido en “la bestia”, empieza a marcar con el número 666. Es en ese tiempo cuando, de acuerdo con las interpretaciones absurdas del Futurismo, “los santos de la tribulación son salvos por su propia sangre”.
Inclusive, mientras “el reloj de Dios está parado”, el Señor y el Cristianismo no tienen nada que ver con Israel. El Pueblo Judío hoy presente, e incluso el nuevo Estado de Israel, nada tienen que ver con las profecías cumplidas; y para algunos de ellos, ni siquiera existen. Todas las bendiciones señaladas en las Sagradas Escrituras son para la Iglesia, que es ahora el Israel espiritual. En cambio, todas las maldiciones escritas en el Libro Santo son para Israel y lo que restare del Pueblo Judío. -“Eso y más se merecen porque ellos mataron a Cristo”, dice el cristianismo en su triste turbación.
Inclusive, en su tenacidad de sostener que “el reloj profético de Dios está parado”, los futuristas enseñan que la degradación moral en la presente civilización no tiene nada de excepcional porque el pecado y la inmoralidad siempre han existido. Para ellos, aun la tremenda realidad del aumento de la población mundial nada tiene tampoco que ver hoy con los cumplimientos proféticos. Tampoco tienen nada que ver las dos guerras mundiales que ha habido ya en el transcurso del siglo XXI porque –“guerras y rumores de guerras siempre ha habido”, dicen. La creciente ola de hambres, pestes y demás calamidades son problema que no tienen ningún valor profético puesto que serán, inclusive, solucionados aquí con “el rapto”. –“Al venir el anticristo habrá, en los primeros tres y medio años de la septuagésima semana, un tiempo de bonanza y de prosperidad en toda la Tierra”, dicen ellos.
Conforme a las teorías del Futurismo, “el reloj de Dios” empieza otra vez a andar al efectuarse “el rapto misterioso” y, según ellos hasta entonces empiezan también a cumplirse las profecías de Daniel y del Apocalipsis. El texto que usan para enseñar que la Iglesia es raptada, es el que dice: “Después de estas cosas miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo: y la primera voz que oí, era como trompeta que hablaba conmigo, diciendo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que han de ser después de éstas” (Ap. 4:1) Cualquier lector que tenga una mente libre puede entender que aquí la voz se está dirigiendo al apóstol Juan cuando dice: “Sube acá”. Los futuristas sostienen, en cambio, que esta escritura quiere decir que aquí la Iglesia es raptada y que aquí en adelante ya no tienen nada que ver con las profecías de los capítulos restantes de este libro profético.
Muchos de estos intérpretes, en su turbación, ignoran voluntariamente el hecho innegable de que la Iglesia es mencionada varias veces a lo largo de los capítulos subsiguientes al cuarto, versículo 1. (Léase, por favor, AP. 7:13-14, 9:4, 12:17, 14:4 y 13, 15:2-4, 18:4, 19:10. 20:6 y 22:11-14). Imposible me es aquí describir todas las absurdas interpretaciones que los futuristas dan a estas escrituras en su obsesión de negar que es a la Iglesia, o a los miembros de ella a los que allí se refieren.
Para ilustración, menciono una de las más sobresalientes y descabelladas:
El cap. 6:9 dice: “Y cuando él abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por la palabra de Dios y por el testimonio que ellos tenían”. Es fácil entender que aquí se trata de los cristianos mártires. En cambio, el Futurismo enseña que éstos son “los santos degollados”, o sea, la multitud de creyentes que por descuidados se quedaron cuando sucedió “el rapto”. Éstos, según la teoría futurista, durante la semana de la tribulación fueron salvos “por su propia sangre”, cuando los mataron por negarse a recibir “la marca de la bestia”. Esta absurda interpretación es completamente contraria a la verdad divina que declara que nadie, ni judío ni gentil, puede ser salvo sino solamente por la Sangre de Cristo, el Cordero de Dios.
En resumen, según el Futurismo ninguna de las grandes y tremendas profecías que se han cumplido ya, y las que se están cumpliendo hoy, pueden cumplirse sino hasta después de que haya acontecido “el rapto misterioso”. En honor a su nombre y como distintivo, el Futurismo ha enseñado desde sus inicios, y sigue neciamente enseñando hasta hoy que todo se cumplirá en el futuro. Por su parte, a los cristianos que están espiritualmente despiertos les es imposible creer y menos aceptar, las ideas inconsistentes y descabelladas de las interpretaciones erróneas del Futurismo. Y precisamente para confirmación de éstos y también para despertamiento de muchos, nos esforzamos a lo largo de estos escritos en considerar detenidamente los diferentes datos que ya hemos antes enumerado y muchos más.
Seguiremos insistiendo en el hecho de que, entre la multitud de profesantes cristianos que estuvieren aún alucinados por las fantasías proféticas mencionadas y otras más, hay creyentes sinceros que al leer u oír la verdad, la van a reconocer, a creer y a aceptar, y esto por el testimonio que el Espíritu Santo tenga de dar a sus corazones. Pues creemos firmemente que, en los cristianos de corazón limpio, no permitirá Dios que se cumpla la terrible sentencia ya antes citada: “por tanto pues les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira para que sean condenados todos lo que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad” (2. Tes. 2:11-12).
Sabemos que la mentira nunca se presenta como mentira, sino con disfraz de verdad. La manifestación del anticristo, es precisamente, para mentir y para engañar: “asentándose en el templo de Dios, haciéndose parecer Dios”. Satanás, el engañador, ha usado con mucha efectividad el sistema de interpretación futurista fundado por el Jesuita Ribera. Mas las palabras poderosas de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador, continúan cual un potentísimo faro, rechazando las tinieblas y diciéndoles a quienes le aman de corazón: “y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará”. (Juan 8:32).

Toda Potestad

¡Que tremenda declaración! ¿Quién más fuera de Dios mismo pudiera decir semejante cosa? Si el que dijo esto no es el mismo Creador del universo, entonces, ¿QUIÉN ES?
Nuevamente he sido impulsado por el Espíritu Santo para insistir en la terribilidad y en la grandeza del Señor Jesús, nuestro Dios y Salvador. Este tema, al igual que otros son también fundamentales en “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3:3), es necesario repetirlo continuamente tanto para reconfirmación como para conocimiento de los muchos que aún ignoran que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8). El hecho de sus diferentes manifestaciones en relación con sus criaturas no implica en ninguna manera que “Él” cambie o mengue, pues Él es el mismo, “Padre de las luces en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Stg. 1:17). De Él viene, ciertamente, “toda buena dadiva y todo don perfecto”, pero también en su mano tiene “las llaves del infierno y de la muerte” (Ap. 1:18). Él es el Dios de Amor (1 Jn. 4:8), pero también “es fuego consumidor” (He. 12:29). Es el Dios de bondad, pero también de severidad (Ro. 11:22).
El problema entre el cristianismo, vuelvo a insistir, es que en su grande mayoría tienen la mente acondicionada en tal forma que fácilmente desestiman la “majestad” y “grandeza” del Señor. Todos están de acuerdo que Él es el Señor, pero a la misma vez ignoran completamente el tremendo significado del término “SEÑOR”. Pues hablando de la Divinidad, la Escritura nos señala que no hay más que “Un Señor” (Ef. 4:5), y ese Señor es nada menos que el único y Todopoderoso Dios, nuestro Señor Jesucristo (1 Jn. 5:20). Muchos, inclusive, están de acuerdo en aceptarlo como su Salvador, y disfrutar de los beneficios de su manifestación de amor, pero no están dispuestos a verle y a temerle como el Dios del cual está dicho: “Y la terribilidad de tus valentías dirán los hombres” (Sal. 145:6). Si esta operación mental de desestimación del Eterno trabaja en las mentes de quienes han recibido revelación entender que Dios es UNO, y UNO es su Nombre, ¿cuánto mas fuerte será esta operación en las mentes de aquellos para quienes el Señor Jesús es solamente la segunda persona de una Trinidad, o de aquellos para quienes Jesucristo es solamente el asistente del Señor?
Si mi hermano lector se fija detenidamente en el texto inicial que encabeza nuestro tema, y considera la tremenda declaración hecha allí por el Señor Jesús, va a estar de acuerdo conmigo, con Tomás (Jn. 20:28), con Pedro (2 Pe. 1:1), con Juan (1 Jn. 5:20), y con Pablo (Ro. 9:5), de que Jesucristo es Dios mismo manifestado en carne (Mt. 1:23 y 2 Co. 5:19 y 1 Ti. 3:16). En el Antiguo Testamento el Señor nuestro Dios declara muy enfáticamente que no hay otro Dios fuera de Él, y que nadie puede salvar más que Él (Is. 43:10-11 y 44:6-8 y 45:21-22). Si el que dijo en el Nuevo Testamento: “TODA POTESTAD ME ES DADA EN EL CIELO Y EN LA TIERRA”, no es el mismo Todopoderoso y terrible Señor del Antiguo Testamento, sería en todo caso el más terrible impostor de todas las edades. Pero tal cosa no puede ser posible por cuanto el Señor Jesús no solamente dijo que es el Todopoderoso, sino que lo probó sanando a los enfermos, echando fuera los demonios, multiplicando milagrosamente los alimentos, resucitando a los muertos, sujetando a los elementos de la naturaleza, y finalmente triunfando Él mismo sobre la muerte. Es pues este mismo imponente y majestuoso personaje el que le dice a Juan: “Yo soy el Alpha y Omega principio y fin, dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso,” y “No temas; yo soy el primero y el último. Y el que vivo y ha sido muerto, y he aquí que vivo por siglos de siglos. Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Ap. 1:8, 17 y 18).
Jesucristo el Señor es nuestro Dios, el Todopoderoso. El es el único, y fuera de Él no hay nadie más. En su Espíritu invisible, infinito, es el Padre (Mt. 6:9). En su cuerpo visible, con el que se presentó a los antiguos, y el que también se vistió de humanidad, es el Hijo (Col. 1:15). En su operación regeneradora es el Espíritu Santo (Tit. 3:5). No pueden ser dos personas, o dos Dioses, mucho menos tres. Desde el principio a Israel le fue dicho en una forma enfática: “Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Deut. 6:4), y hasta el presente día, y hasta la eternidad, Dios es UNO y uno es su Nombre como está escrito (Zac. 14:9). Su manifestación de amor, al presentarse ante sus criaturas en la forma de una de ellas (Fil. 2:6-8), es lo que la Escritura llama “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16), y este misterio, precisamente al no tener revelación para entenderse, es el que usa el enemigo para confundir las mentes de millones de profesantes cristianos, y hacerlos que tengan en menor estima al Señor Jesús, el TODOPODEROSO (Mt. 28:18).
El Dios de Israel, el Dios de toda la humanidad, desde antes de la fundación del mundo tenía y ha propuesto el redimir con sangre al género humano caído (1 Ped. 1:18-20). Mas esto no podía realizarlo en su cuerpo de gloria- o sea en su cuerpo celestial- (1 Cor. 15:40) en el cual lo vieron los patriarcas y los profetas (Gen. 18:1-3, y 32:24-49, Jos. 5:13-15, y Jue. 13:3-22, y Is. 6:1-4, y Dan. 7:9-10), porque ese cuerpo no es de carne ni tiene sangre (1 Cor. 15:50). Era pues necesario que Él mismo participara de carne y sangre (Heb. 2:14)-al igual que los hijos- “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, porque ciertamente, no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó”. Mas precisamente al presentarse “en la condición como hombre” (Fil. 2:8), fue tenido en poco por los mismos suyos (Juan 1:1), quienes aún le dijeron: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces DIOS” (Juan 10:33). En cambio a los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, el Señor Jesús nuestro Dios quiso hacerlos testigos oculares de su divinidad; los llevó con Él declara muy enfáticamente que no hay otro Dios fuera de Él, y que nadie puede salvar más que Él (Is. 43:10-11 y 44:6-8 y 45:21-22). Si el que dijo en el Nuevo Testamento: “TODA POTESTAD ME ES DADA EN EL CIELO Y EN LA TIERRA”, no es el mismo Todopoderoso y terrible Señor del Antiguo Testamento, sería en todo caso el más terrible impostor de todas las edades. Pero tal cosa no puede ser posible por cuanto el Señor Jesús no solamente dijo que es el Todopoderoso, sino que lo probó sanando a los enfermos, echando fuera los demonios, multiplicando milagrosamente los alimentos, resucitando a los muertos, sujetando a los elementos de la naturaleza, y finalmente triunfando Él mismo sobre la muerte. Es pues este mismo imponente y majestuoso personaje el que le dice a Juan: “Yo soy el Alpha y Omega principio y fin, dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso,” y “No temas; yo soy el primero y el último. Y el que vivo y ha sido muerto, y he aquí que vivo por siglos de siglos. Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Ap. 1:8, 17 y 18).
Jesucristo el Señor es nuestro Dios, el Todopoderoso. El es el único, y fuera de Él no hay nadie más. En su Espíritu invisible, infinito, es el Padre (Mt. 6:9). En su cuerpo visible, con el que se presentó a los antiguos, y el que también se vistió de humanidad, es el Hijo (Col. 1:15). En su operación regeneradora es el Espíritu Santo (Tit. 3:5). No pueden ser dos personas, o dos Dioses, mucho menos tres. Desde el principio a Israel le fue dicho en una forma enfática: “Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Deut. 6:4), y hasta el presente día, y hasta la eternidad, Dios es UNO y uno es su Nombre como está escrito (Zac. 14:9). Su manifestación de amor, al presentarse ante sus criaturas en la forma de una de ellas (Fil. 2:6-8), es lo que la Escritura llama “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16), y este misterio, precisamente al no tener revelación para entenderse, es el que usa el enemigo para confundir las mentes de millones de profesantes cristianos, y hacerlos que tengan en menor estima al Señor Jesús, el TODOPODEROSO (Mt. 28:18).
El Dios de Israel, el Dios de toda la humanidad, desde antes de la fundación del mundo tenía y ha propuesto el redimir con sangre al género humano caído (1 Ped. 1:18-20). Mas esto no podía realizarlo en su cuerpo de gloria- o sea en su cuerpo celestial- (1 Cor. 15:40) en el cual lo vieron los patriarcas y los profetas (Gen. 18:1-3, y 32:24-49, Jos. 5:13-15, y Jue. 13:3-22, y Is. 6:1-4, y Dan. 7:9-10), porque ese cuerpo no es de carne ni tiene sangre (1 Cor. 15:50). Era pues necesario que Él mismo participara de carne y sangre (Heb. 2:14)-al igual que los hijos- “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, porque ciertamente, no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó”. Mas precisamente al presentarse “en la condición como hombre” (Fil. 2:8), fue tenido en poco por los mismos suyos (Juan 1:1), quienes aún le dijeron: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces DIOS” (Juan 10:33). En cambio a los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, el Señor Jesús nuestro Dios quiso hacerlos testigos oculares de su divinidad; los llevó con Él declara muy enfáticamente que no hay otro Dios fuera de Él, y que nadie puede salvar más que Él (Is. 43:10-11 y 44:6-8 y 45:21-22). Si el que dijo en el Nuevo Testamento: “TODA POTESTAD ME ES DADA EN EL CIELO Y EN LA TIERRA”, no es el mismo Todopoderoso y terrible Señor del Antiguo Testamento, sería en todo caso el más terrible impostor de todas las edades. Pero tal cosa no puede ser posible por cuanto el Señor Jesús no solamente dijo que es el Todopoderoso, sino que lo probó sanando a los enfermos, echando fuera los demonios, multiplicando milagrosamente los alimentos, resucitando a los muertos, sujetando a los elementos de la naturaleza, y finalmente triunfando Él mismo sobre la muerte. Es pues este mismo imponente y majestuoso personaje el que le dice a Juan: “Yo soy el Alpha y Omega principio y fin, dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso,” y “No temas; yo soy el primero y el último. Y el que vivo y ha sido muerto, y he aquí que vivo por siglos de siglos. Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Ap. 1:8, 17 y 18).
Jesucristo el Señor es nuestro Dios, el Todopoderoso. El es el único, y fuera de Él no hay nadie más. En su Espíritu invisible, infinito, es el Padre (Mt. 6:9). En su cuerpo visible, con el que se presentó a los antiguos, y el que también se vistió de humanidad, es el Hijo (Col. 1:15). En su operación regeneradora es el Espíritu Santo (Tit. 3:5). No pueden ser dos personas, o dos Dioses, mucho menos tres. Desde el principio a Israel le fue dicho en una forma enfática: “Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Deut. 6:4), y hasta el presente día, y hasta la eternidad, Dios es UNO y uno es su Nombre como está escrito (Zac. 14:9). Su manifestación de amor, al presentarse ante sus criaturas en la forma de una de ellas (Fil. 2:6-8), es lo que la Escritura llama “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16), y este misterio, precisamente al no tener revelación para entenderse, es el que usa el enemigo para confundir las mentes de millones de profesantes cristianos, y hacerlos que tengan en menor estima al Señor Jesús, el TODOPODEROSO (Mt. 28:18).
El Dios de Israel, el Dios de toda la humanidad, desde antes de la fundación del mundo tenía y ha propuesto el redimir con sangre al género humano caído (1 Ped. 1:18-20). Mas esto no podía realizarlo en su cuerpo de gloria- o sea en su cuerpo celestial- (1 Cor. 15:40) en el cual lo vieron los patriarcas y los profetas (Gen. 18:1-3, y 32:24-49, Jos. 5:13-15, y Jue. 13:3-22, y Is. 6:1-4, y Dan. 7:9-10), porque ese cuerpo no es de carne ni tiene sangre (1 Cor. 15:50). Era pues necesario que Él mismo participara de carne y sangre (Heb. 2:14)-al igual que los hijos- “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, porque ciertamente, no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó”. Mas precisamente al presentarse “en la condición como hombre” (Fil. 2:8), fue tenido en poco por los mismos suyos (Juan 1:1), quienes aún le dijeron: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces DIOS” (Juan 10:33). En cambio a los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, el Señor Jesús nuestro Dios quiso hacerlos testigos oculares de su divinidad; los llevó con Él al monte (Mt. 17:1-2), y delante de ellos se descubrió por un momento “su velo de carne” (Heb. 10:20), pudieron ver ya no al humilde Galileo, sino al mismo Todopode-roso que vieron Isaías y Daniel en toda la majestad de su gloria (Is. 6:1-4 y Dn. 7:9-10). Por razón entonces de haber recibido la revelación “del misterio de la piedad”, todos los apóstoles hablan del Señor no solamente como el Hijo (la Imagen visible) de Dios, sino como DIOS.
Por tanto, cuando el Señor les hizo a los discípulos la tremenda declaración que encabeza este artículo, ellos entendieron plenamente que estaba delante de ellos el mismo Todopoderoso Dios, el Dios de Abraham, de Isaac, y de Israel, quien vino a este mundo manifestado en carne para pagar con su propia sangre el rescate de nuestras almas, y para revelar, y descubrir su maravilloso Nombre en el cual le ha placido depositar su salvación (Hech. 4:12). Así que cuando les mandó a “doctrinar a todos los Gentiles, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, ellos no tuvieron ningún problema para entender cual es EL NOMBRE, y así fueron y bautizaron a miles y miles en el maravilloso nombre de Dios: JESUCRISTO EL SEÑOR.
Pero naturalmente que el diablo no iba a estar conforme con ello, y así fue que engañó desde el principio a todos los que se descuidaron, y les dijo (desde entonces y hasta ahora) que ciertamente Dios es uno, pero que está integrado de tres personas distintas. Que la Trinidad es un misterio que nadie puede explicar en realidad, pero que deben de creerlo aún sin entenderlo. Les dijo también que los apóstoles se equivocaron, y que aún desobedecieron el mandamiento del Señor al bautizar en el Nombre de Jesucristo, y los convenció para que en vez de invocar “Su Nombre” en el bautismo (Hech. 22:16), usaran los títulos Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Mas el enemigo no se ha conformado con eso, sino que a muchos de los que aún tienen la revelación de la Divinidad y han entendido cuál es El Nombre, les ha trabajado en la mente hasta este presente día para que no realicen en toda su plenitud que Jesucristo es el Dios Todopoderoso. Pues, como ya he insistido anteriormente, solamente miran en el reflejo del amor de Dios, y pasan por alto la terrible realidad de que Él es también fuego consumidor. La mayoría de los que así lo tienen en poco, ciertamente que no lo dicen con sus labios, sino que demuestran con sus vidas y con sus acciones. Pues por un lado predican a Cristo y testifican de Él, y por otro lado “no hacen justicia ni aman a su hermano” (1 Jn. 3:10). En los labios tienen alabanza y en el corazón arrogancia.
En el Antiguo Testamento el Señor dice: “Si soy Señor, ¿qué es de mi temor? (Mal. 1:6), y en el Nuevo Testamento pregunta: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?” La causa por la que muchos cristianos no sirven al Señor Jesús como Él ordena es, precisamente, que muchos de sus hijos lo tienen en poco. Pues aunque ya lo conocen, ciertamente, en verdad no realizan que Él no es solamente el buen Salvador, sino también el DIOS TODOPODEROSO puesto que la tremenda declaración sigue en efecto: “TODA POTESTAD ME ES DADA EN EL CIELO Y EN LA TIERRA”.
Pastor Efraim Valverde Sr

Vivir Sirviendo

El texto bíblico es muy familiar, ciertamente, y seguido se menciona en los púlpitos y en los lugares de reunión de los cristianos. Pero el hecho de que se mencione no quiere decir que se vive, por el contrario, son más los que lo dicen que los que lo ponen por obra en el sentido literal, como lo requiere el Señor. Por esa razón quiero invitar a mis hermanos y hermanas que han querido detenerse a leer estas letras para que pensemos una vez más en estas palabras del Maestro y las reconsideremos en una forma que podamos ser estimulados para hacer lo que tenemos qué hacer.
Por principio de cuentas hay que aclarar una cosa muy importante, y esto es que en la mente de muchos cristianos está la idea equivocada, pues así han sido enseñados, de que servir a Dios es guardarse del pecado, o sea del vicio, blasfemias, adulterios, etc. Así que, creyendo en tal forma dicen que están sirviendo a Dios pero están siendo engañados. Una cosa es vivir en santidad para agradar a Dios y librarse del juicio y la condenación, y otra cosa es servir. Ahora veamos como hemos de servir a Dios. El apóstol Pablo nos dice que Dios “no está necesitado de algo, pues Él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas” (Hech. 17:25). El agradar a Dios implica dos actuaciones de nuestra parte, una es el NO hacer ciertas cosas que ofenden a Dios, y la otra es HACER ciertas cosas que Dios nos manda que hagamos. Así que no hacemos las unas y hacemos las otras.
Entonces las cosas que debemos de hacer para servir a Dios ¿a quién se las vamos a hacer si Dios no necesita nada de nosotros? La respuesta es muy clara y sencilla, y el mismo Señor nos la explica en Mateo 25:32-46 (Léelo por favor, mi hermano). “Porque cuanto lo hiciste a uno de estos mis pequeñitos…”: BENDICIÓN. “Por cuanto NO lo hiciste…”: MALDICIÓN. El Señor me ha movido para que explique esto al estar con mis hermanos en diferentes lugares y me ha llamado la atención de que han sido varios los que, en lo personal, me han dicho que estaban confundidos en esto, creyendo que con vivir apartados del mal estaban sirviendo a Dios. La verdad, mi querido hermano lector, es que para ser aceptados por el Señor en el día de Su venida, no solamente debemos de servir, sino tenemos que servir. El que no lo crea se convencerá con horror al llegar delante del Señor, pues lo que Él ha dicho no lo vamos a poder cambiar nosotros porque se habrá de cumplir al pie de la letra.
Al hablar de este tema he usado respiración, y todas las cosas” (Hech. 17:25). El agradar a Dios implica dos actuaciones de nuestra parte, una es el NO hacer ciertas cosas que ofenden a Dios, y la otra es HACER ciertas cosas que Dios nos manda que hagamos. Así que no hacemos las unas y hacemos las otras.
Entonces las cosas que debemos de hacer para servir a Dios ¿a quién se las vamos a hacer si Dios no necesita nada de nosotros? La respuesta es muy clara y sencilla, y el mismo Señor nos la explica en Mateo 25:32-46 (Léelo por favor, mi hermano). “Porque cuanto lo hiciste a uno de estos mis pequeñitos…”: BENDICIÓN. “Por cuanto NO lo hiciste…”: MALDICIÓN. El Señor me ha movido para que explique esto al estar con mis hermanos en diferentes lugares y me ha llamado la atención de que han sido varios los que, en lo personal, me han dicho que estaban confundidos en esto, creyendo que con vivir apartados del mal estaban sirviendo a Dios. La verdad, mi querido hermano lector, es que para ser aceptados por el Señor en el día de Su venida, no solamente debemos de servir, sino tenemos que servir. El que no lo crea se convencerá con horror al llegar delante del Señor, pues lo que Él ha dicho no lo vamos a poder cambiar nosotros porque se habrá de cumplir al pie de la letra.
Al hablar de este tema he usado una ilustración que creo que les puede servir a mi hermano y a mi hermana que lee estas letras. Mi esposa me ha sido fiel en toda nuestra larga vida de casados (y también yo a ella), pero durante un periodo de tiempo, por causa de haber perdido su mente, no pudo hacer absolutamente nada para servirme. Cuando mi Señor me hizo el milagro de volvérmela a la vida y a su mente, así paralizada y en silla de ruedas como andaba, reanudó su sentir de servir a su esposo, como lo ha hecho, por amor, toda su vida. Otra vez empezó a preparar la comida, lavar, planchar, y todo lo que podía hacer. ¿Cuál es el pensamiento que ilustro aquí? El hecho de que mi esposa siempre me ha sido fiel, pero no siempre me ha podido servir como ella siente. Así que estamos claros que una cosa es ser fiel a Dios, y otra cosa es servir a Dios.
Quiero enfatizar el hecho de que mi esposa no pudo servir durante aquel periodo de tiempo porque estaba completamente privada de sus facultades pero, en cuanto estuvo en su poder, el sentir de servir allí estaba vivo. Como cristianos, el sentir de servir a nuestros hermanos y a nuestros prójimos debe de estar siempre vivo en nosotros pues ciertamente que solo privados de nuestras facultades seremos justificados para no servir porque, estando conscientes, no tendremos excusa delante del Señor si no hacemos aquellas cosas que Él nos ha encomendado a cada uno para servir. Aún mi hermana que esté lisiada y aún tirada allí en su cama sin poder moverse, si su sentir de servir está vivo en ella, ese sentir la mueve para hacer algo de mucho valor, y esto es el orar por sus hermanos y prójimos.
Hace tiempo, estando de visita en casa de uno de nuestros hermanos, llamó mi atención un cuadro que me conmovió: nuestra hermana, la madre de la familia, andaba llena de gozo trabajando en su humilde cocina preparando la comida, tanto para nosotros como también para sus hijitos, que eran varios. Por otra parte, miré a los muchachos que andaban también llenos de gozo y alegría corriendo y jugando mientras esperaban que les sirvieran. Entonces me vino un razonamiento que embargó mis emociones y no pude contener mis lágrimas. Me mostró allí mi Señor, muy claramente, dos clases de gozo que hay entre el pueblo de Dios. Unos se gozan “jugando” y esperando que les sirvan, como los niños de mi historia; pero otros se gozan sirviendo, como mi hermana, la madre de esa familia. Los que se gozan “jugando” y esperando mientras les sirven, lo hacen así porque aun son niños (no importa, por cierto, el tiempo que tuviere ni el lugar que ocupare), mas los cristianos (y ministros mayormente) que se gozan sirviendo como la madre a su familia, son aquellos en quienes ya está la madurez que el Señor requiere en sus hijos e hijas.
Por cierto que, siguiendo el mismo hilo de inspiración, fijémonos que el sentir de servir que hay en la madre es incondicional, es completamente desinteresado, pues que no sirve para que le paguen o para que le den reconocimiento o porque está obligada a hacerlo. Sirve porque ama y porque el sentir de hacerlo está en su corazón, en sus venas, en su ser, y aún sufre si no puede servir. Si le agradecen, sirve; si no le agradecen, sirve. Si quedó comida para ella, está contenta pero si no quedó nada porque les gustó mucho a sus invitados y a sus hijos, no se queja por ello, antes se goza porque con ello está comprobando que les gustó la comida y esa es, precisamente, su mayor satisfacción y recompensa. En realidad que ejemplo tan hermoso el que encontramos aquí, pues nos eleva a pensar en el amor bendito de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo “que siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios, sin embargo se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y hallado en la condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. ¿Por qué? Porque no vino a ser servido, sino para servir, a grado de dar su propia vida en rescate por muchos.
Si tú, mi querido lector, eres en realidad uno o una de esos muchos que hemos sido rescatados por el amor de Jesucristo el Señor, lo que aquí me ha movido mi Dios para escribir está haciendo repercusión en tu corazón. Lo entiendes, lo sientes y lo haces por la sencilla razón de que no puedes, como verdadero hijo de Dios, dejar de hacerlo. Dijo el apóstol Pablo hablando de su propia parte: “Ay, de mí si no anunciare el evangelio”. Pedro nos amonesta y nos dice que: “si en vosotros hay estas cosas (las virtudes y los frutos del Espíritu Santo), y abundan, no os dejarán estar ociosos ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
En cambio, el que nada más “se guarda de no echarse entre las ruedas del tren”, pues allí está, no se muere, sino que como la hierba de lujo está con las hojas verdes pero esperando que venga alguien a echarle agua. Puras hojas, así como la higuera que el Señor maldijo. El apóstol Pedro llama “miopes” a esta clase de cristianos pues ciertamente que no miran mas que lo suyo propio. Todo lo que les importa es tener esto, recibir aquello, conseguir lo otro y, en una palabra, pasársela bien él o ella, su familia o los de su círculo que les rodea.
Estos cristianos “niños” abundan pues su madurez no ha llegado aún al grado de poder entender que hemos sido llamados por el Señor, no para ser servidos, sino para servir. Que nuestro ministerio aquí en la tierra como hijos de Dios y como “embajadores en nombre de Cristo”, no es el buscar que nos den, sino dar, así como nuestro Padre “dio”. No el buscar que nos sirvan, sino el servir, conforme al ejemplo que nuestro Maestro nos marcó. En el transcurso de mis días y el caminar de mis viajes, hasta este día, no he podido, ni puedo menos que sentir dolor por una parte y desesperación por otra, al ver cuán poquitos ministros y hermanos maduros hay entre el ambiente cristiano en que nos movemos. ¡Oh! Seguro que hay gozo, hay lenguas, hay cantos, hay predicación, hay doctrina y aún profecía, y todo está muy bueno. Pero “el dolor del Calvario” está muy escaso en los corazones y cuando se trata de dar hasta que duela, servir hasta llegar al sacrificio, y esto incondicionalmente, ¡que pocos están dispuestos!
Mucho he insistido, y seguiré insistiendo, por medio de las páginas de esta publicación, de que estamos viviendo en los últimos tiempos en los cuales la segunda venida del Señor es inminente. Y si hay algún tiempo en que nos conviene pensar detenidamente en el tema de servir, es en este tiempo pues que a servir nos ha llamado el Señor, a sus hijos verdaderos, imitando el ejemplo que Él mismo nos marcó. No es posible agradar a Dios nada más con vivir una vida separada del mundo pero estéril en el servicio. Repito que muchos de mis hermanos han sido engañados por el enemigo y van caminando sin rumbo, diciendo que van hacia el cielo porque están viviendo una vida moral pero no están sirviendo. Las palabras del Señor siguen en pie diciendo a quienes así viven: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber…por cuanto no lo hiciste a uno de estos mis pequeñitos, a mí no lo hiciste, apartaos de mí, malditos”.
No sé que tan en serio puedes tú tomar estas palabras, querido lector, pero por mi parte confieso que siento temor al leerlas porque sé que mi Maestro no está jugando. Vivimos en una parte del mundo donde la complacencia materialista ha sido la maldición y la ruina espiritual más terrible para multitudes de cristianos pues, como ellos no tienen hambre ni frío (y si en algún tiempo la tuvieron, ahora ya se les olvidó), no saben sentir necesidad y dolor por los que sufren y, al no tener el sentir, tampoco saben servir. ¡Oh, seguro que le sirven a los suyos y a los que están dentro de su círculo! Pero, mi hermano, no es a ese servicio propio y reducido al que nos estamos refiriendo en este comentario. El mismo Señor nos dice que si abrazamos a los que nos abrazan, no hacemos gracia. El servir a nuestra familia, a nuestros amigos, a los hermanos que nos rodean, repito, no es gracia, eso es un deber. Más el forzarnos para servir, aún con sacrificio si es necesario, a aquellos de quienes sabemos que nunca vamos a recibir recompensa, a aquellos que nunca conoceremos personalmente por causa de la distancia, aún a aquellos que no solamente no nos agradecieren antes nos pagaren con males, ese es el servicio que Dios espera que hagamos sus hijos verdaderos.
Como ministros, es fácil y lógico esforzarse para levantar su propio ministerio, para hacer crecer su congregación local, para edificar y embellecer su templo y adquirir todos los muebles y demás cosas necesarias. Pero estar dispuestos a usar el dinero del fondo de la iglesia para servir en la forma descrita arriba, eso ya es otra cosa. Eso solamente lo van a poder hacer cuando el ministerio y la iglesia hayan llegado al grado de madurez espiritual en que, despojados del espíritu egoísta que prevalece, puedan sentir la satisfacción de servir como la madre de mi relato. ¡Pero qué pocos cristianos hay, y aún menos, iglesias, que así sientan y hagan! Mas, gracias a Dios doy por las poquitas que aún hay y, a esos mis hermanos que sienten lo que aquí escribo, les pido que oren a la faz del Señor para que “Él obre en los corazones”, y despierte del letargo de muerte a ministros y hermanos que están adormecidos y no están sirviendo como deben y pueden servir. Por cierto que, una de las armas poderosas del diablo es hacernos que tengamos mucha lástima de nuestra propia persona o de nuestra situación para que no nos determinamos a sacrificarnos en el servicio. Esa trampa es sutil y peligrosa, mi hermano, mi hermana, examínate y ten cuidado que no seas tú una de las muchas víctimas.
¿Qué acaso no sabe el Señor cuál es nuestra condición física o nuestra situación económica? He conocido a muchos cristianos que dan de lo que les sobra y a muchos otros que viven esperando que les sobre para dar, y nunca dan. Pero la realidad es que el que ha entendido en verdad la voluntad de Dios, ha descubierto una mina inagotable de tesoros espirituales que vienen como producto lógico del ministerio de servir, de dar, y esto con liberalidad e incondicionalmente. Así con el mismo sentir con que nos ha servido Aquel que no vino para ser servido sino para servir, al grado, aún, de dar su propia vida en rescate por muchos de nosotros. Ese cristiano es de los que dan conforme a sus fuerzas, luego sobre sus fuerzas y, no conforme aún, se dan ellos mismos. Esos son precisamente los integrantes de la verdadera iglesia del Señor porque en ellos está “el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Son los cristianos que han invocado el Nombre que es sobre todo nombre, para el perdón de sus pecados ciertamente; que han recibido de Dios el maravilloso don del Espíritu Santo; son los cristianos que saben gozarse en el culto y la adoración a su Dios, que testifican, cantan, predican y demás, pero que sobre todo eso, saben sentir el dolor por su prójimo cerca y lejos, que sufre y pide ayuda y dan, y sirven, y ayudan y siguen dando y sirviendo, y no se cansan de hacerlo, porque Cristo mismo ha sido perfeccionado en sus vidas y el sentir de servir es como una fuente que salta para vida eterna, “como ríos de agua viva que corren de su vientre”.
El Señor dijo que “por haberse multiplicado la maldad, la caridad de muchos se resfriará,” y ciertamente que son multitudes de cristianos los que, para este tiempo, están decepcionados a causa de tanta chuecura y ventaja que prevalece entre el ambiente llamado cristiano. Muchos han sido y están siendo explotados para engrandecer esta y aquella organización religiosa. Otros para exaltar el ministerio de cierto o cual personaje, o sencillamente son estafados por vividores con credenciales y están tan “quemados” que ya no le tienen confianza a nadie. En parte tienen razón, pero hay que recordar que el Señor también dijo que “el que perseverare hasta el fin (sirviendo), éste será salvo”, y no vamos a justificarnos en ninguna forma si no buscamos alguna manera justa para servir. Vemos que la necesidad sigue en pie, y aún está aumentado a nuestro alrededor y por el mundo entero, y son muchos los miserables que claman y piden, tanto el alimento espiritual como también el del estómago y, si nos hacemos sordos a ese clamor, de cierto que no escaparemos del juicio ya anticipado por el Señor.
Así como nacimos en lo natural para trabajar y servir, así también hemos “nacido otra vez” para trabajar y servir. El cristiano que ignora esto a sí mismo se hace daño, sea que lo haga en conocimiento o en ignorancia, pues la palabra del Maestro no puede fallar. Muchos hermanos viven una vida de ruina espiritual por causa de no prestarse para servir como el Señor lo requiere de ellos. Si por otra parte tenemos que sufrir y pasar por tribulaciones, pero tenemos conciencia que delante del Señor estamos sirviendo a nuestros hermanos y a nuestro prójimo con toda nuestra capacidad, pues ¡gloria a Dios entonces!, de cierto que no perderemos nuestra recompensa porque el Señor es fiel a sus promesas. ¿Tú como te sientes, mi hermano, mi hermana? Si eres de los que nos han ayudado a servir por medio de estas páginas, Dios te bendiga a ti y a mí para que sigamos adelante, sin desmayar, hasta llegar a la orilla. Sin no lo habías hecho, pero ahora el Señor ha hablado a tu corazón, pues “pasa a Macedonia y ayúdanos” que necesitamos el refuerzo para poder seguir sirviendo a muchos, cerca y lejos, incondicionalmente, anunciando el Nombre que salva y la libertad en Cristo y esto por medio de la letra impresa, por las ondas del radio, por viajes y visitas y por cualquier medio que se pudiere.
¿Para qué? ¿Para formar otra organización? ¡No! ¡Mil veces no! Antes por el contrario, contra ese desvío predicamos. ¿Para engrandecer mi persona o la de algún otro hombre? ¡No! Pues, esa es precisamente una de las herejías que reprobamos. Dios nos ha llamado para servir y ayudar hasta donde nuestras fuerzas nos alcancen para que otros conozcan a nuestro Señor Jesús y , al conocer su Nombre, tengan la maravillosa salvación que nosotros, por gracia, hemos ya alcanzado.
Esforcémonos pues en servir, mis hermanos, porque ya nos queda muy poco tiempo para hacerlo, pues que pronto aparecerá en las nubes, con poder y gloria, El que ha prometido dar la recompensa a todos y cada uno de sus hijos que aquí “no anden buscando que les sirvan, sino servir”. Dios os bendiga.
Por el Pastor Efraim Valverde Sr.

Wednesday, July 26, 2006

Ministros del la Iglesia Templo Filadelfia














"Ruego a los ancianos (ministros)que están entre vosotros yo anciano también con ellos, y testigos de las aflicciones de Cristo, que soy también participante de la gloria que ha de ser revelada; Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza sino volutariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; Y no como teniendo señorio sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey"(I Pedro 5:1-3).