El texto bíblico es muy familiar, ciertamente, y seguido se menciona en los púlpitos y en los lugares de reunión de los cristianos. Pero el hecho de que se mencione no quiere decir que se vive, por el contrario, son más los que lo dicen que los que lo ponen por obra en el sentido literal, como lo requiere el Señor. Por esa razón quiero invitar a mis hermanos y hermanas que han querido detenerse a leer estas letras para que pensemos una vez más en estas palabras del Maestro y las reconsideremos en una forma que podamos ser estimulados para hacer lo que tenemos qué hacer.
Por principio de cuentas hay que aclarar una cosa muy importante, y esto es que en la mente de muchos cristianos está la idea equivocada, pues así han sido enseñados, de que servir a Dios es guardarse del pecado, o sea del vicio, blasfemias, adulterios, etc. Así que, creyendo en tal forma dicen que están sirviendo a Dios pero están siendo engañados. Una cosa es vivir en santidad para agradar a Dios y librarse del juicio y la condenación, y otra cosa es servir. Ahora veamos como hemos de servir a Dios. El apóstol Pablo nos dice que Dios “no está necesitado de algo, pues Él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas” (Hech. 17:25). El agradar a Dios implica dos actuaciones de nuestra parte, una es el NO hacer ciertas cosas que ofenden a Dios, y la otra es HACER ciertas cosas que Dios nos manda que hagamos. Así que no hacemos las unas y hacemos las otras.
Entonces las cosas que debemos de hacer para servir a Dios ¿a quién se las vamos a hacer si Dios no necesita nada de nosotros? La respuesta es muy clara y sencilla, y el mismo Señor nos la explica en Mateo 25:32-46 (Léelo por favor, mi hermano). “Porque cuanto lo hiciste a uno de estos mis pequeñitos…”: BENDICIÓN. “Por cuanto NO lo hiciste…”: MALDICIÓN. El Señor me ha movido para que explique esto al estar con mis hermanos en diferentes lugares y me ha llamado la atención de que han sido varios los que, en lo personal, me han dicho que estaban confundidos en esto, creyendo que con vivir apartados del mal estaban sirviendo a Dios. La verdad, mi querido hermano lector, es que para ser aceptados por el Señor en el día de Su venida, no solamente debemos de servir, sino tenemos que servir. El que no lo crea se convencerá con horror al llegar delante del Señor, pues lo que Él ha dicho no lo vamos a poder cambiar nosotros porque se habrá de cumplir al pie de la letra.
Al hablar de este tema he usado respiración, y todas las cosas” (Hech. 17:25). El agradar a Dios implica dos actuaciones de nuestra parte, una es el NO hacer ciertas cosas que ofenden a Dios, y la otra es HACER ciertas cosas que Dios nos manda que hagamos. Así que no hacemos las unas y hacemos las otras.
Entonces las cosas que debemos de hacer para servir a Dios ¿a quién se las vamos a hacer si Dios no necesita nada de nosotros? La respuesta es muy clara y sencilla, y el mismo Señor nos la explica en Mateo 25:32-46 (Léelo por favor, mi hermano). “Porque cuanto lo hiciste a uno de estos mis pequeñitos…”: BENDICIÓN. “Por cuanto NO lo hiciste…”: MALDICIÓN. El Señor me ha movido para que explique esto al estar con mis hermanos en diferentes lugares y me ha llamado la atención de que han sido varios los que, en lo personal, me han dicho que estaban confundidos en esto, creyendo que con vivir apartados del mal estaban sirviendo a Dios. La verdad, mi querido hermano lector, es que para ser aceptados por el Señor en el día de Su venida, no solamente debemos de servir, sino tenemos que servir. El que no lo crea se convencerá con horror al llegar delante del Señor, pues lo que Él ha dicho no lo vamos a poder cambiar nosotros porque se habrá de cumplir al pie de la letra.
Al hablar de este tema he usado una ilustración que creo que les puede servir a mi hermano y a mi hermana que lee estas letras. Mi esposa me ha sido fiel en toda nuestra larga vida de casados (y también yo a ella), pero durante un periodo de tiempo, por causa de haber perdido su mente, no pudo hacer absolutamente nada para servirme. Cuando mi Señor me hizo el milagro de volvérmela a la vida y a su mente, así paralizada y en silla de ruedas como andaba, reanudó su sentir de servir a su esposo, como lo ha hecho, por amor, toda su vida. Otra vez empezó a preparar la comida, lavar, planchar, y todo lo que podía hacer. ¿Cuál es el pensamiento que ilustro aquí? El hecho de que mi esposa siempre me ha sido fiel, pero no siempre me ha podido servir como ella siente. Así que estamos claros que una cosa es ser fiel a Dios, y otra cosa es servir a Dios.
Quiero enfatizar el hecho de que mi esposa no pudo servir durante aquel periodo de tiempo porque estaba completamente privada de sus facultades pero, en cuanto estuvo en su poder, el sentir de servir allí estaba vivo. Como cristianos, el sentir de servir a nuestros hermanos y a nuestros prójimos debe de estar siempre vivo en nosotros pues ciertamente que solo privados de nuestras facultades seremos justificados para no servir porque, estando conscientes, no tendremos excusa delante del Señor si no hacemos aquellas cosas que Él nos ha encomendado a cada uno para servir. Aún mi hermana que esté lisiada y aún tirada allí en su cama sin poder moverse, si su sentir de servir está vivo en ella, ese sentir la mueve para hacer algo de mucho valor, y esto es el orar por sus hermanos y prójimos.
Hace tiempo, estando de visita en casa de uno de nuestros hermanos, llamó mi atención un cuadro que me conmovió: nuestra hermana, la madre de la familia, andaba llena de gozo trabajando en su humilde cocina preparando la comida, tanto para nosotros como también para sus hijitos, que eran varios. Por otra parte, miré a los muchachos que andaban también llenos de gozo y alegría corriendo y jugando mientras esperaban que les sirvieran. Entonces me vino un razonamiento que embargó mis emociones y no pude contener mis lágrimas. Me mostró allí mi Señor, muy claramente, dos clases de gozo que hay entre el pueblo de Dios. Unos se gozan “jugando” y esperando que les sirvan, como los niños de mi historia; pero otros se gozan sirviendo, como mi hermana, la madre de esa familia. Los que se gozan “jugando” y esperando mientras les sirven, lo hacen así porque aun son niños (no importa, por cierto, el tiempo que tuviere ni el lugar que ocupare), mas los cristianos (y ministros mayormente) que se gozan sirviendo como la madre a su familia, son aquellos en quienes ya está la madurez que el Señor requiere en sus hijos e hijas.
Por cierto que, siguiendo el mismo hilo de inspiración, fijémonos que el sentir de servir que hay en la madre es incondicional, es completamente desinteresado, pues que no sirve para que le paguen o para que le den reconocimiento o porque está obligada a hacerlo. Sirve porque ama y porque el sentir de hacerlo está en su corazón, en sus venas, en su ser, y aún sufre si no puede servir. Si le agradecen, sirve; si no le agradecen, sirve. Si quedó comida para ella, está contenta pero si no quedó nada porque les gustó mucho a sus invitados y a sus hijos, no se queja por ello, antes se goza porque con ello está comprobando que les gustó la comida y esa es, precisamente, su mayor satisfacción y recompensa. En realidad que ejemplo tan hermoso el que encontramos aquí, pues nos eleva a pensar en el amor bendito de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo “que siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios, sin embargo se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y hallado en la condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. ¿Por qué? Porque no vino a ser servido, sino para servir, a grado de dar su propia vida en rescate por muchos.
Si tú, mi querido lector, eres en realidad uno o una de esos muchos que hemos sido rescatados por el amor de Jesucristo el Señor, lo que aquí me ha movido mi Dios para escribir está haciendo repercusión en tu corazón. Lo entiendes, lo sientes y lo haces por la sencilla razón de que no puedes, como verdadero hijo de Dios, dejar de hacerlo. Dijo el apóstol Pablo hablando de su propia parte: “Ay, de mí si no anunciare el evangelio”. Pedro nos amonesta y nos dice que: “si en vosotros hay estas cosas (las virtudes y los frutos del Espíritu Santo), y abundan, no os dejarán estar ociosos ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
En cambio, el que nada más “se guarda de no echarse entre las ruedas del tren”, pues allí está, no se muere, sino que como la hierba de lujo está con las hojas verdes pero esperando que venga alguien a echarle agua. Puras hojas, así como la higuera que el Señor maldijo. El apóstol Pedro llama “miopes” a esta clase de cristianos pues ciertamente que no miran mas que lo suyo propio. Todo lo que les importa es tener esto, recibir aquello, conseguir lo otro y, en una palabra, pasársela bien él o ella, su familia o los de su círculo que les rodea.
Estos cristianos “niños” abundan pues su madurez no ha llegado aún al grado de poder entender que hemos sido llamados por el Señor, no para ser servidos, sino para servir. Que nuestro ministerio aquí en la tierra como hijos de Dios y como “embajadores en nombre de Cristo”, no es el buscar que nos den, sino dar, así como nuestro Padre “dio”. No el buscar que nos sirvan, sino el servir, conforme al ejemplo que nuestro Maestro nos marcó. En el transcurso de mis días y el caminar de mis viajes, hasta este día, no he podido, ni puedo menos que sentir dolor por una parte y desesperación por otra, al ver cuán poquitos ministros y hermanos maduros hay entre el ambiente cristiano en que nos movemos. ¡Oh! Seguro que hay gozo, hay lenguas, hay cantos, hay predicación, hay doctrina y aún profecía, y todo está muy bueno. Pero “el dolor del Calvario” está muy escaso en los corazones y cuando se trata de dar hasta que duela, servir hasta llegar al sacrificio, y esto incondicionalmente, ¡que pocos están dispuestos!
Mucho he insistido, y seguiré insistiendo, por medio de las páginas de esta publicación, de que estamos viviendo en los últimos tiempos en los cuales la segunda venida del Señor es inminente. Y si hay algún tiempo en que nos conviene pensar detenidamente en el tema de servir, es en este tiempo pues que a servir nos ha llamado el Señor, a sus hijos verdaderos, imitando el ejemplo que Él mismo nos marcó. No es posible agradar a Dios nada más con vivir una vida separada del mundo pero estéril en el servicio. Repito que muchos de mis hermanos han sido engañados por el enemigo y van caminando sin rumbo, diciendo que van hacia el cielo porque están viviendo una vida moral pero no están sirviendo. Las palabras del Señor siguen en pie diciendo a quienes así viven: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber…por cuanto no lo hiciste a uno de estos mis pequeñitos, a mí no lo hiciste, apartaos de mí, malditos”.
No sé que tan en serio puedes tú tomar estas palabras, querido lector, pero por mi parte confieso que siento temor al leerlas porque sé que mi Maestro no está jugando. Vivimos en una parte del mundo donde la complacencia materialista ha sido la maldición y la ruina espiritual más terrible para multitudes de cristianos pues, como ellos no tienen hambre ni frío (y si en algún tiempo la tuvieron, ahora ya se les olvidó), no saben sentir necesidad y dolor por los que sufren y, al no tener el sentir, tampoco saben servir. ¡Oh, seguro que le sirven a los suyos y a los que están dentro de su círculo! Pero, mi hermano, no es a ese servicio propio y reducido al que nos estamos refiriendo en este comentario. El mismo Señor nos dice que si abrazamos a los que nos abrazan, no hacemos gracia. El servir a nuestra familia, a nuestros amigos, a los hermanos que nos rodean, repito, no es gracia, eso es un deber. Más el forzarnos para servir, aún con sacrificio si es necesario, a aquellos de quienes sabemos que nunca vamos a recibir recompensa, a aquellos que nunca conoceremos personalmente por causa de la distancia, aún a aquellos que no solamente no nos agradecieren antes nos pagaren con males, ese es el servicio que Dios espera que hagamos sus hijos verdaderos.
Como ministros, es fácil y lógico esforzarse para levantar su propio ministerio, para hacer crecer su congregación local, para edificar y embellecer su templo y adquirir todos los muebles y demás cosas necesarias. Pero estar dispuestos a usar el dinero del fondo de la iglesia para servir en la forma descrita arriba, eso ya es otra cosa. Eso solamente lo van a poder hacer cuando el ministerio y la iglesia hayan llegado al grado de madurez espiritual en que, despojados del espíritu egoísta que prevalece, puedan sentir la satisfacción de servir como la madre de mi relato. ¡Pero qué pocos cristianos hay, y aún menos, iglesias, que así sientan y hagan! Mas, gracias a Dios doy por las poquitas que aún hay y, a esos mis hermanos que sienten lo que aquí escribo, les pido que oren a la faz del Señor para que “Él obre en los corazones”, y despierte del letargo de muerte a ministros y hermanos que están adormecidos y no están sirviendo como deben y pueden servir. Por cierto que, una de las armas poderosas del diablo es hacernos que tengamos mucha lástima de nuestra propia persona o de nuestra situación para que no nos determinamos a sacrificarnos en el servicio. Esa trampa es sutil y peligrosa, mi hermano, mi hermana, examínate y ten cuidado que no seas tú una de las muchas víctimas.
¿Qué acaso no sabe el Señor cuál es nuestra condición física o nuestra situación económica? He conocido a muchos cristianos que dan de lo que les sobra y a muchos otros que viven esperando que les sobre para dar, y nunca dan. Pero la realidad es que el que ha entendido en verdad la voluntad de Dios, ha descubierto una mina inagotable de tesoros espirituales que vienen como producto lógico del ministerio de servir, de dar, y esto con liberalidad e incondicionalmente. Así con el mismo sentir con que nos ha servido Aquel que no vino para ser servido sino para servir, al grado, aún, de dar su propia vida en rescate por muchos de nosotros. Ese cristiano es de los que dan conforme a sus fuerzas, luego sobre sus fuerzas y, no conforme aún, se dan ellos mismos. Esos son precisamente los integrantes de la verdadera iglesia del Señor porque en ellos está “el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Son los cristianos que han invocado el Nombre que es sobre todo nombre, para el perdón de sus pecados ciertamente; que han recibido de Dios el maravilloso don del Espíritu Santo; son los cristianos que saben gozarse en el culto y la adoración a su Dios, que testifican, cantan, predican y demás, pero que sobre todo eso, saben sentir el dolor por su prójimo cerca y lejos, que sufre y pide ayuda y dan, y sirven, y ayudan y siguen dando y sirviendo, y no se cansan de hacerlo, porque Cristo mismo ha sido perfeccionado en sus vidas y el sentir de servir es como una fuente que salta para vida eterna, “como ríos de agua viva que corren de su vientre”.
El Señor dijo que “por haberse multiplicado la maldad, la caridad de muchos se resfriará,” y ciertamente que son multitudes de cristianos los que, para este tiempo, están decepcionados a causa de tanta chuecura y ventaja que prevalece entre el ambiente llamado cristiano. Muchos han sido y están siendo explotados para engrandecer esta y aquella organización religiosa. Otros para exaltar el ministerio de cierto o cual personaje, o sencillamente son estafados por vividores con credenciales y están tan “quemados” que ya no le tienen confianza a nadie. En parte tienen razón, pero hay que recordar que el Señor también dijo que “el que perseverare hasta el fin (sirviendo), éste será salvo”, y no vamos a justificarnos en ninguna forma si no buscamos alguna manera justa para servir. Vemos que la necesidad sigue en pie, y aún está aumentado a nuestro alrededor y por el mundo entero, y son muchos los miserables que claman y piden, tanto el alimento espiritual como también el del estómago y, si nos hacemos sordos a ese clamor, de cierto que no escaparemos del juicio ya anticipado por el Señor.
Así como nacimos en lo natural para trabajar y servir, así también hemos “nacido otra vez” para trabajar y servir. El cristiano que ignora esto a sí mismo se hace daño, sea que lo haga en conocimiento o en ignorancia, pues la palabra del Maestro no puede fallar. Muchos hermanos viven una vida de ruina espiritual por causa de no prestarse para servir como el Señor lo requiere de ellos. Si por otra parte tenemos que sufrir y pasar por tribulaciones, pero tenemos conciencia que delante del Señor estamos sirviendo a nuestros hermanos y a nuestro prójimo con toda nuestra capacidad, pues ¡gloria a Dios entonces!, de cierto que no perderemos nuestra recompensa porque el Señor es fiel a sus promesas. ¿Tú como te sientes, mi hermano, mi hermana? Si eres de los que nos han ayudado a servir por medio de estas páginas, Dios te bendiga a ti y a mí para que sigamos adelante, sin desmayar, hasta llegar a la orilla. Sin no lo habías hecho, pero ahora el Señor ha hablado a tu corazón, pues “pasa a Macedonia y ayúdanos” que necesitamos el refuerzo para poder seguir sirviendo a muchos, cerca y lejos, incondicionalmente, anunciando el Nombre que salva y la libertad en Cristo y esto por medio de la letra impresa, por las ondas del radio, por viajes y visitas y por cualquier medio que se pudiere.
¿Para qué? ¿Para formar otra organización? ¡No! ¡Mil veces no! Antes por el contrario, contra ese desvío predicamos. ¿Para engrandecer mi persona o la de algún otro hombre? ¡No! Pues, esa es precisamente una de las herejías que reprobamos. Dios nos ha llamado para servir y ayudar hasta donde nuestras fuerzas nos alcancen para que otros conozcan a nuestro Señor Jesús y , al conocer su Nombre, tengan la maravillosa salvación que nosotros, por gracia, hemos ya alcanzado.
Esforcémonos pues en servir, mis hermanos, porque ya nos queda muy poco tiempo para hacerlo, pues que pronto aparecerá en las nubes, con poder y gloria, El que ha prometido dar la recompensa a todos y cada uno de sus hijos que aquí “no anden buscando que les sirvan, sino servir”. Dios os bendiga.
Por el Pastor Efraim Valverde Sr.
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